¿Asistencia u Obstrucción Emocional?

Uno de los conceptos que ha cambiado radicalmente en el último año de profundización en mi relación con Dios es el de los grupos de sanación, terapéuticos, de ayuda y similares, creados para “liberar” o “procesar” nuestras emociones.

Sentir nuestras emociones es una habilidad innata del alma humana, al igual que caminar, comer o andar en bicicleta. Cualquiera de estas habilidades se desarrolla simplemente mediante el compromiso de nuestro deseo y la acción correspondiente. Ninguna de ellas requiere un grupo, curso, taller o algo similar.

Una de las creencias subyacentes en los grupos en los que participé e incluso coordiné era que necesitamos a otras personas para sentir nuestras propias emociones. Esto no es cierto y puede ser perjudicial. Refuerza la creencia errónea de que una persona no puede manejar sus propias emociones por sí sola y la idea de que depende de otros para hacerlo. Es como ayudar a una mariposa a salir de su capullo: interfiere en un proceso esencial para su desarrollo natural.

Otra creencia reforzada en estos grupos es que existen atajos para procesar nuestras heridas emocionales y que, mediante dinámicas grupales o ejercicios individuales, podemos eliminar nuestro sufrimiento físico o emocional.

Cuando buscamos un alivio inmediato o mágico para el sufrimiento, terminamos creando más problemas que soluciones. Tengo experiencia directa en este contexto: participé, organicé y dirigí muchos de estos grupos a lo largo de mi vida. Sin embargo, hoy me doy cuenta de que estas prácticas violan principios espirituales fundamentales.

Ahora veo cuestiones relacionadas con la humildad y la voluntad. El alma humana fue creada con la capacidad innata de sentir todas las emociones, independientemente de su intensidad o cualidad. Sentir nuestras emociones es algo que podemos hacer solos, sin la asistencia de otras personas, amigos o terapeutas. Este es el proceso natural y está al alcance de todos.

Cuando nos involucramos en prácticas que refuerzan la falsa creencia de que necesitamos de terceros o rituales específicos para acceder a nuestras emociones o comprender las causas de nuestros síntomas, introducimos un “ruido” innecesario en el proceso. Este ruido debilita nuestra voluntad, pues nos hace creer que dependemos de otros para sentir. Como resultado, terminamos convirtiendo a otras personas en nuestras “muletas emocionales”, transfiriéndoles una responsabilidad y un privilegio que son exclusivamente nuestros.

Estas prácticas comprometen los principios de verdad y deseo. La verdad es que, muchas veces, no queremos sentir las emociones detrás de nuestros síntomas, y por eso no podemos acceder a ellas por nuestra cuenta. Quienes intentan “ayudar”, en realidad, interfieren, pues este es un proceso esencialmente personal.

Dios es accesible para todos, sin necesidad de intermediarios. No llega a nosotros a través de esta o aquella persona, ni por medio de ningún grupo. La sanación grupal o asistida puede parecer un atajo útil, pero en realidad no es el método más eficaz ni el más económico. Al contrario, nos hace perder tiempo y energía valiosos que podríamos estar utilizando para desarrollar nuestra relación con nuestro Padre/Madre.

Pero nuestras prioridades deben dejar de centrarse en nosotros y en nuestras emociones, y dirigirse hacia Dios, Sus características, Su Naturaleza y Su Personalidad.

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